ESCRITURA DRAMÁTICA-TEMA 2E
LA SELECCIÓN Y ORDENACIÓN DE MATERIALES
La selección de las ideas.-
El escritor debe tener un criterio de selección de ideas, ya que cada día pasan por su mente miles de ellas que ha de desechar, quedándose únicamente con aquéllas que le recomienda su propio juicio.
El pensamiento crítico es una condición necesaria de la creatividad, pues crear es elegir entre un sinfín de posibilidades. Las tres cuartas partes de un trabajo bien hecho consisten en rechazar lo superfluo, lo repetido, lo vulgar, lo innecesario. Para ello tenemos que partir de un criterio personal, y juzgar de acuerdo con él. La calidad de una obra depende de este criterio seleccionador.
Los criterios de selección de nuestras ideas suelen estar relacionados con nuestros procesos de formación. Decía Montesquieu que «el que tiene imaginación y no se educa, tiene alas y no tiene pies».
Detrás de cada historia late una idea extraída de la percepción e imaginación del creador. Puede que el dramaturgo no sea consciente de ello, y crea que su instinto creativo proviene de pensamientos carentes de propósitos; pero el pensamiento casual y sin sentido no puede conducir a una actividad organizada.
La ordenación de los materiales.-
Un dramaturgo, al escribir una obra teatral, no crea a partir de la nada, sino que utiliza los materiales específicos que posee (vivencias, conocimientos, etc.). Recoge la materia prima que le llega (de su mente, del mundo que le rodea, o de la tradición), y la remodela y estructura. Más que llevar a cabo la tarea de inventar, lo que hace es relacionar posibles acontecimientos e incidentes que le sirven para sus fines. Efectúa, por tanto, un proceso de selección en función de sus conocimientos y su experiencia.
Todo material dramático proviene de otros materiales ya existentes. Los griegos partieron de ritos y mitos conocidos, y los isabelinos y muchos autores españoles del Siglo de Oro se basaban en historias y romances transmitidos por la tradición popular. El proceso de trabajo a partir de un mito o tema conocido no difiere demasiado del que lleva a cabo el autor cuando imagina un tema original-o que al menos él cree que lo es-. En uno y otro caso, la tarea de relacionar y ordenar es decisiva.
En el proceso de selección de materiales, interviene también la memoria, que maneja nuestro tiempo imaginario, y almacena o desecha materiales que cruzan fugazmente por nuestra mente.
Escribir es, entre otras cosas, decidir. Decidir desde el mismo momento de la selección de ideas, en el que interviene la sensibilidad y la inteligencia del escritor. Intentar meter el mundo entero en una obra de teatro está tan condenado al fracaso como la torre de Babel. Querer decido todo es el camino ideal para no decir nada. Saber seleccionar nuestras ideas y tener un punto de referencia que nos sirva para aceptar o desechar materiales, implica, además de disciplina y esfuerzo, una clara idea de lo que se quiere contar, porque el hecho de que el escritor posea dentro de sí un rico y complejísimo universo interior no quiere decir que tenga que trasladado entero a cada una de sus obras, que serían, seguramente, infinitas e ilimitadas. El potencial de interés y curiosidad del espctador es limitado. Su capacidad de emocionarse y de conectar con lo que sucede en escena está sujeta a unos límites temporales, espaciales y causales. El que desea ver a la vez a todos los hombres en todos los conflictos y situaciones posibles, no va al teatro: mira la vida.
La idea dominante.-
La selección de los materiales que hace el dramaturgo para que su obra tenga una unidad que la limite y le dé una vida singular y específica está basada en la idea dominante de «esa obra». Así, dicha selección y ordenamiento estarán controlados por una especie de filtro que sólo «dejará pasar» aquello que sea acorde con la naturaleza de esa idea dominante. Sin una idea de conjunto, aunque sea transitoria, no se puede formular una pregunta que nos dé una respuesta. Dice Hauser en su Introducción a la historia del arte:
“La obra de arte sólo puede desarrollarse, formarse e integrarse, cuando el artista tiene, desde el comienzo, una visión del trabajo que ha de efectuar, por mucho que cambie su idea en el camino que va a recorrer”.
Sólo desde una idea dominante clara puede el autor lanzarse a abarcar un mayor campo posible, pues ese punto de referencia global impedirá que se pierda en el infinito mundo de las ideas. La idea dominante no puede ser un acontecimiento más de la obra, sino el referente esencial que le otorga un significado y un sentido. Ha sido escogida como tal porque de «alguna forma» expresa y encarna un punto de vista ético del autor sobre el acontecimiento social que representa.
El conflicto.-
El pensamiento dramático está siempre atento a las razones de las «dos partes» que intervienen en el mismo. El autor teatral posee un pensamiento dialéctico: se imagina mundos enfrentados, ideas que chocan, contradicciones básicas en nuestra existencia de las que saca sus materiales. Tiende así a forzar los contrastes hacia sus límites situándose, a la vez, en ambas partes, hasta sentirse desgarrado por la tensión entre una y otra. Todo ello lo hace partiendo de que el conflicto (aunque es la situación menos deseada) constituye la esencia de los seres humanos.
Partimos, pues, del conflicto como «cauce» donde se canalizan las ideas de nuestro imaginario. Este conflicto variará de enfoque y contenido según épocas y estilos, en función de géneros y tipos de estructura en que se inserte, pero será siempre el punto de apoyo esencial a partir del cual se ha construido la historia de la escritura dramática desde Esquilo hasta nuestros días.
Hegel escribe en su Estética:
“El objetivo del drama consiste en representar acciones y condiciones humanas actuales, haciendo hablar a los personajes de los que se trata. Pero la acción dramática no se limita a la tranquila y simple realización de un objetivo determinado; al contrario, se desarrolla en un medio hecho de conflictos y colisiones, y está expuesto a las circunstancias, las pasiones, los caracteres que lo rodean o que se oponen. A su vez, estos conflictos y colisiones engendran acciones y reacciones que, en un momento dado, provocan el apaciguamiento necesario.”
La voluntad artística.-
El dramaturgo no selecciona las ideas de forma neutra, sino que esa elección tiene relación con su voluntad. La teoría de la «voluntad artística» afirma que tras todo objeto artístico se oculta una intención especial. Los productos creativos están determinados en gran parte por esta intención, y no sólo por las fuerzas inconscientes y la habilidad de sus autores.
Cada escritor elige temas e ideas diferentes a otros. Nuestra selectiva voluntad opera a partir de nuestra personalidad y temperamento, e, indudablemente también, de nuestros intereses. Muchas veces es imposible explicar los procesos imaginarios de un autor sin hablar de sus convicciones sociales y su visión del mundo.
Cada autor tiene unas constantes determinadas en función de las cuales selecciona sus ideas. Su imaginación poética está sumergida en el complejo de variables que organizan su sensibilidad y su personalidad como ser vivo, con su formación y su carácter. Descubrir en nuestra obra qué materiales son necesarios y cuáles no pasan de ser caprichos carentes de sentido es una tarea a la que se enfrenta el escritor durante toda su vida. La idea central de la obra nos ayudará a hacer en cada momento esa difícil selección.
Nadie escribe lo primero que se le ocurre, y nadie escribe desde fuera de sí mismo. Condicionantes naturales y sociales, épocas y estilos, formación e ideología, nos dan una determinada manera de ser y de imaginar. Nuestra historia, y la del mundo que nos rodea, nos suministra unos contenidos, y no otros.
La obra y la biografía de un autor están, pues, mutuamente condicionadas. Su obra deviene, en cierto sentido, en eco de su biografía, y la historia de su vida, entendida en su sentido más amplio, se convierte en anticipación de sus obras.
Extractado del libro “La escritura dramática” de José Luis Alonso de Santos